martes, 1 de marzo de 2011

Aquél viejo árbol

El Sol brillaba con fuerza allá arriba, en lo más alto, bañándoles con el calor de sus rayos. La luz jugueteaba con las hojas de los árboles. Él paseaba sin dejar de mirarla, observando cómo ella se recogía el pelo para sobrellevar mejor el calor. El se acercó a su pequeña mano y la agarró con delicadeza. Siguieron el sendero de tierra durante mucho tiempo, casi una eternidad, bajo el viento abrasador del verano. Caminaron juntos sin decir nada, con los ojos clavados en sus pies. Sólo cuando se refugiaron en la sombra de un gran árbol, ella rompió el silencio.

-¿Cuándo vamos a volver?

-Eso no importa- Él la rodeó con sus brazos, dejando que ella se apoyase sobre su pecho.

-Claro que importa. No podemos pasarnos todo el día aquí- Él la interrumpió posando un dedo sobre sus labios.

-Sí que podemos. Podemos estar aquí todo el tiempo que quieras- Desabrochó el reloj de su fina muñeca y lo lanzó lejos- Dónde tú y yo estamos no pasa el tiempo. Son tus ojos los que encierran cada segundo que pasamos juntos, grabándolos en tu memoria para que no se escapen nunca. Mira al horizonte- ¿Qué ves?
Ella dudó un segundo. Se quedó contemplando los campos de trigo que se extendían más allá de sus pies. Acarició suavemente las manos que la rodeaban y susurró:

-Veo lo lejos que podemos llegar tú y yo juntos.

-¿Cómo de lejos?

-Hasta el infinito

Justo después, sus labios se difuminaron con los suyos y un te quiero se perdió entre las hojas de aquél viejo árbol.


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