lunes, 20 de febrero de 2012

Miedo en blanco

No es la primera vez que cavilo sobre estos temas inciertos, de esos que se pierden paseando en las noches de otoño por mi desierto cerebro. Pero aún hay más: puedo asegurar que tampoco será la última. ¿Qué hay de esas horas amortajadas incapaces de sobrevivir al letargo del reloj? En mis carreras nocturnas por la oscuridad del salón, a menudo me pregunto qué hará mi libertad cuando el miedo no tenga con qué entretenerla. ¿Cuáles serán entonces los límites de mi difusa imaginación? ¿Seré capaz de encontrar la receta idónea para la dieta moral? Nada de banalidades poéticas ni recursos filosóficos; mi verdadera preocupación no es la ausencia de ese miedo, sino su continua presencia, que pretende amedrentar con sus insaciables cuestiones todos mis sentidos. 

Estoy segura, o al menos, en ello confío, de no ser la única chantajeada por unos delirios irracionales fruto de una larga exposición ante mi objetivo mental. Me atrevo a afirmar que todo el mundo tiene algo de lo que esconderse, un monstruo en el armario al que sepultar bajo una montaña de calcetines, e incluso algún que otro complejo presumido ante el espejo. Mis temores son mucho más sencillos que el cualquier obsesivo patológico pudiera declarar, si bien es cierto que, por ello mismo, son los más difíciles de curar. Ahí va, codiciosamente guardado entre almohadones, mi pequeño secreto: ¡Tengo auténtico pánico al blanco! Les ruego que entiendan bien a lo que me refiero, pues por fortuna no sufro una aversión al color más puro del espectro solar. En realidad, lo que mis vagas palabras tratan de relatar es el pavor que hace tamborilear mis dedos cuando éstos tienen que actuar sobre el papel. Algo así como un miedo escénico a la expresión de mis pensamientos, a la interpretación de las palabras, a lidiar, en definitiva, con una falta de imaginación. Y es que para mis inexpertas manos, no hay peor enemiga que la codiciosa, rencorosa y vengativa inspiración. Por ello, desde aquí le mando un mensaje a mi desde ahora archienemiga:

¡No me abandones, yo nunca lo haría!

jueves, 2 de febrero de 2012

Arte

El arte es la máxima forma de expresión, la fiel representación de la esencia del artista; La representación idealizada de la realidad, la subjetividad de aquél que trata de comunicar mediante un lenguaje universal caracterizado por una belleza que lo distingue de la mera producción industrial. Si bien el arte se denota por su estética, al mismo tiempo se define por su pragmatismo, ése común a todas las obras atribuídas a la creación humana. 

El arte, la máxima expresión de la cultura, encierra tantas connotaciones en su significado que éstas han sido capaces de traspasar los límites que en sus orígenes dibujaban el perímetro de la creación. Sin embargo, una visión más abstracta, capaz de ver más allá de la imagen reflejada que proyectan nuestros ojos, nos acerca al verdadero conocimiento de una materia tan desconocida como es el arte, es decir, que aquellos que poseen una inteligencia intuitiva o un espíritu imaginativo, se dan cuenta de que las convenciones aceptadas sobre el arte ya no son válidas. Por ende, al hablar de arte ya no sólo hemos de referirnos al contenido de un lienzo, las notas de una partitura, a la porción de la realidad capturada en una fotografía, una producción cinematográfica, un cuaderno garabateado a bolígrafo con pensamientos, una escultura de proporciones indefinibles, un edificio de dimensiones desafiantes, o, en definitiva, cualquier producción material resultado de la combinación de la esencia y la inteligencia del ser humano; al hablar de arte, hemos de incluir todas las formas de comunicación que emplea el ser humano, incidiendo en especial sobre aquellas no verbales, pues hay miradas, besos e incluso personas, que son puro arte.