sábado, 26 de marzo de 2011

Vámonos

Empañas mi cara con tu humo, me ahogas. Te ríes de mí porque sigo cada uno de tus errores, porque me enseñas a equivocarme. Me arañas la piel, pero no siento dolor, tan sólo cosquillas. Quieres que poco a poco me entere de qué va todo esto. Duro. Quieres que sepa que pensamos lo mismo. Difícil. No, no lo es. Todo es igual, desde la primera vez que te ví. Dame otro de tus besos amargos y vayámonos de aquí.

Nosotras, a por todos los demás 

sábado, 12 de marzo de 2011

Sabor cereza

Cuando la conocí, se llamaba  Julia, y digo se llamaba porque la segunda vez que nos vimos me dijo que su verdadero nombre era Tania; así es ella... Ahora que lo recuerdo, cuando me hablaron de ella, me dijeron otro nombre completamente distinto. Mejor paro, dejo de irme por las ramas y empiezo desde el principio, que si no, os vais a liar, aunque os aviso de que es difícil quedarse con los pies en  la tierra cuando se está con una mujer como ella.

¿Mujer? No sé si es el término más apropiado para definirla, ya que a veces es una niña de la cabeza a los pies.

Hecha esta introducción, comienzo desde aquí:

Madrid, hace dos inviernos. Mucho frío por las calles y en cada esquina, repartidos estratégicamente, vendedores de castañas compitiendo por calentarte el estómago con una docena de frutos secos. Las calles se peleaban por deshacer los últmos resquicios de nieve que nos había traido la noche anterior- Espera un momento que piense por qué había bajado yo con 10 apetecibles graditos de temperatura... Ya sé: iba a la tienda de mi madre para entregarle un paquete- Atravesando la calle llena de estrellas doradas y abetos vestidos con guirnaldas, me crucé con Yago- Descripción rápida para que no confundiros: muy alto, pelo rizado y corto, moreno, ojos oscuros, perilla y oreja plagada de pendientes- Mi mejor amigo me saludó con la cabeza y me dedicó- a ver, que las cuento- seis palabras que han sido el origen de toda esta enrevesada historia; Y dijo así: "Tengo que presentarte a una amiga". Nuestra conversación acabó degenerando bastante en lo que se suele denominar una conversación de besugos- por lo que esta parte me la salto- Me despedí de Yago con un abrazo y quedamos en que me presentaría a "Daniela" ese mismo fin de semana, en su casa.

Pequeño piso madrileño, cuatro días después de lo anteriormente resumido. Subía las escaleras de dos en dos como solía hacer hace bastantes años. Deslicé mi mano por la pared helada y pulsé el timbre. Yago salió a mi encuentro con una sonrisa de oreja a oreja y me arrastró al salón, donde me deshice del abrigo y la bufanda, que cayeron automáticamente sobre una montaña de prendas, y saludé al resto de la gente. Vicente se acercó a mí con la botella de Vodka; Esperé a que se alejara para vaciar el contenido de mi copa en la maceta de la mesa del comedor. Me giré disimuladamente, silbando al ritmo de la música, y me crucé con unos ojos desconocidos para mí hasta entonces; Sin esperar respuesta, se presentó- Me va a ser difícil describírosla de forma rápida, en pocas palabras: castaña, pelo largo y ondulado, ojos negros, nariz pequeña, aro en un lateral de sus labios, guapísima- Me contó cómo había conocido a Yago, en un campamento de verano en Murcia, y reiteró las veces que él le había hablado de mi. Yo no podía apartar la vista de sus labios, del arito que birllaba en ellos, y, cuando conseguí salir de mi ensoñación, a duras penas, me presenté; Estuvimos hablando largo y tendido- En las dos horas de conversación, Yago no nos quitó ojo ni un segundo- Cuando llegó la hora de irse, yo salí de allí con un millón de preguntas y un nuevo número de teléfono grabado en el móvil.

Madrid, dos semanas después, en una calle llena de viandantes atiborrados de bolsas. Justo cuando salía de la última tienda que era capaz de visitar sin que la muchedumbre me tragara, me crucé con ella y, sin dudarlo un segundo, me acerqué entre brincos y bolsazos. Convenimos en dirigirnos a un lugar más tranquilo. Al igual que yo, ella había aprovechado las últimas semanas de rebajas para fundirse el aguinaldo. Dos sorbos de café más tarde, Tania me invitaba a salir esa misma tarde.

Madrid, hora y media después, mi armario. Sí, estaba literalmente dentro de mi armario. Yo, que se puede decir que prácticamente cojo la ropa con los ojos cerrados, no podía parar de dar vueltas pensando qué me iba a poner. Al final, terminé por ponerme lo de siempre, guardé mi móvil y las llaves en el bolsillo y salí corriendo de mi casa; ya llegaba quince minutos tarde.
A las siete y veintitrés minutos atravesaba el parque, donde yacía ella sentada en un banco, esforzándose por dibujar formas con el vaho que salía de sus labios. No esperé a su saludo, sino que directamente me planté frente a ella, acerqué mi rostro a su mejilla y la besé, dejándo que su perfume inundara mis pulmones. Ella se levantó del banco y, dando media vuelta me mostró sus adquisiciones navideñas. Después de contar con mi aprobación, agarró mi mano y me condujo hacia su casa- Yo temí que mi cara hubiese reflejado la incomodidad que me estaba haciendo pasar, pero o bien no se dio cuenta, o no quiso hacerlo-
Llegamos después de quince minutos serpentando por las estrechas callejuelas de su barrio, durante lso cuáles sólo soltó mi mano para rebuscar en su bolso las llaves, que introdujo en la cerradura chirriante, y, una vez que la puerta cedió al contacto del frío metal, recuperó mis dedos que trataban de esconderse en vano bajo mi sudadera. Cogimos el ascensor y pulsó el primer piso con sus uñas nacaradas- Aparentaba todo lo contario, pero era incluso más perezosa que yo- Utilizó el escaso trayecto del portal al primero para acercarse a mí y darme un tierno beso en la mejilla, quedándose a escasos centímetros de mi boca, momento en el que lo único que se escuchó, en todas las partes del globo, fue mi garganta al tragar saliva.

No voy a entretenerme relatándoos banales recuerdos de su casa, sino que iré directamente al momento que cambió de forma agresiva mi manera de ser, mi forma de pensar, y los ojos con los que siempre he mirado al mundo:

Madrid, en una habitación recubierta de secretos. Salió a la cocina en busca de algo que picar; Yo me dediqué a contemplar las fotografías que se dejaban caer en algún que otro marco, adornando las estanetrías y cubriendo los pocos libros que tenía. Mientras trataba de identificar sin éxito las caras de sus amigos, la música empezó a emanar del salón. Apareció al instante con dos Coca-Colas bajo el brazo y un bol de palomitas en la mano, se sentó a mi lado en su blanda cama y se fijó en lo que yo había estado mirando hasta hacía un minuto. Me contó toda clase de anécdotas a cerca de esos rostros sin nombre; desde la vez que se quedaron encerrados en el colegio hasta el momento en que perdió la virginidad, y, cuando creyó haberme contado suficiente, susurró: Te toca. Yo le conté con pelos y señales todas las idioteces que había hecho con Yago: "Nos conocemos desde que llevábamos pañales", le confesé. Sus labios se aproximaron a la lata, apartó las palomitas de sus piernas, se sentó frente a mi con las piernas cruzadas y miró fijamente mis labios. Yo me acerqué involuntariamente- juro que no sabía lo que hacía- y agarré un mechón de su pelo con mis dedos, acariciándolo suavemente, arrastrándola hacia mí. Ella sonrió- No sé si porque en ese momento sonaba su canción favorita o si fue por lo que estaba a punto de hacer- Me besó. Sus labios se enredaron con los míos, cambiándome para siempre.

Nunca antes había sentido nada igual. No sé si me explico: no es que fuese mi primer beso, ni el segundo, ni el tercero... Héctor, mi ex, sabe bien que durante los ocho meses que estuvimos juntos no hacíamos otra cosa que besarnos. Me refiero a que nunca había probado unos labios suaves como los míos. Nunca antes había robado un beso con sabor a cereza. Ésa era la primera vez que besaba a una mujer y, no fue la última.

domingo, 6 de marzo de 2011

Horas

8:00-8:47

Eneko. Amaneció con la misma canción de cada día. Apagó el despertador con el puño cerrado y se cubrió la cara con la almohada. Pasados quince minutos, su madre susurraba suavemente su nombre. Él se desperezó con lentitud, como si salir de su cama le costara la vida. En cuanto se quedó solo, salió de debajo de las sábanas y se puso en pie.

Miguel. Cogió su móvil y subió el volumen de la música. Le pareció escuchar a su padre desde la cocina quejándose. Mientras se peinaba, empezó a juguetear con las notas de la canción, acompañándola con beatbox. Después de afeitarse y ponerse esa camiseta con más años que él, salió del baño. Su hermana le dió un puñetazo cariñoso y se metió a arreglarse. Cuando pasó por delante de su padre, éste le dijo que no quería ver sus calzoncillos. Miguel se metió las manos en los bolsillos y se bajó aún más los pantalones.

Andy. El Sol cegaba sus ojos claros. Abrió su bolsa de deporte y sacó las gafas, demasiado grandes para su pequeña cara. Antes de ponérselas las usó como espejo para retocarse los labios. Le encantaba ese color cereza que había encontrado en el neceser de su amiga Paula. Caminaba al ritmo de la música que salía de los cascos cuando metió la zapatilla en un charco. En ese momento, recordó que no había pegado ojo en toda la noche por la tormenta, y sacó del bolsillo pequeño de la bolsa el antiojeras.

Quique. Se giró cuando oyó que le llamaban. Su cara cambió por completo cuando vio que era Virginia quien le llamaba. No esperó a que le alcanzara; se giró y sigió caminando como si no la hubiese visto. Podía ver perfectamente que era lo quería. Ella volvió a llamarle, más alto esta vez. Al ver que Quique no se giraba, echó a correr. Cuando se puso a su lado, le ofreció una cálida sonrisa de buenos días. Él se limitó a pedirle que se marchara y le recordó que no iba a vovler con ella.

11:00-11:32

Eneko. En cuanto vio a Miguel se acercó a él. No esperó a que abriera la boca; Directamente le pidió todos los detalles del domingo. Miguel se limitó a hacer un par de gestitos con la mano y con la boca sin dejar de mirar a la chica de la que estaban hablando. Cuando terminó, ambos explotaron en risas y bromas. Eneko abrió la boca para preguntarle algo a Miguel, pero la cerró al ver a Andy. Se acercó a ella y la besó.

Miguel. Estaba en clase de historia cuando se le ocurrió invitar a la del domingo a su casa. Sacó su cuaderno de la mochila y arrancó un trozo de hoja. Garabateó una invitación improvisada, enredó la notita en un bolígrafo y se la lanzó justo en el momento en que el profesor dejaba de escribir en la pizarra y se giraba. Cinco minutos más tarde subía las escalereas camino del despacho del director.

Andy. Se acercó bailoteando hasta el grupo. Rodeó a Eneko por la cintura y le dio un beso en su espalda, dejando dibujados en su camiseta blanca unos labios rojizos. Él se giró, le devolvió un beso en la frente y observó como se alejaba por la pista de baloncesto. Andy se acercó a su mejor amiga y le contó que el finde se había acostado con Miguel.

Quique. Antes de que le diese tiempo a apartarla, Virginia estaba en sus brazos sonriendo como si nada hubiera pasado, rogando una segunda oportunidad. Quique, que no era de piedra, acabó besándose con ella en la parte de atrás del colegio. Mientras volvían a clase agarrados de la mano, se preguntó si ella dejaría de insistir algún día.

21:03-21:42

Eneko. Salió de la ducha y fue a su cuarto a vestirse. Cogió una camisa del armario y se puso frente al espejo. Empezó a mover sus músculos, apretando los brazos, marcando los abdominales, sonriendo como un idiota. Decidió que era suficiente. Buscó su móvil y le mandó un sms a Andy, para recordarla que pasarían a buscarla en media hora.

Miguel. Bajaba las escaleras de tres en tres buscando un cigarro en su bolsillo. Antes de llegar a la puerta de la calle ya se había encendido uno y llevaba otro preparado en la oreja. Repasó su cresta con ambas manos y le lanzó un besito a una rubia que pasó por delante de él. Mientras esperaba a Eneko, su móvil vibró: Andy le había mandado un sms recordándole que cogiese condones.

Andy. Metió sus pequeños pies en unos tacones de diez centímetros. Sacó de su joyero unos aros gigantes plateados y una pulsera de bolas azules. Se miró al espejo por última vez, repasó la linea de sus labios con los dedos y se dirigió a la puerta. Antes de salir, sacó el móvil del bolsillo y borró el mensaje que le acababa de enviar a Miguel.

Quique. En cuanto escuchó la música que se escapaba por las ventanillas, supo que ya habían llegado. Caminó despacio hacia el coche. Esa noche habría preferido quedarse en casa. Su teléfono no había dejado de sonar en toda la tarde. Lo cierto es que ahora estaba mejor que nunca con Virginia. Le había invitado a ir con ellos pero estaba castigada.

4:27-

Eneko subió el volumen de la música y se giró para besar a Andy. Ella se estaba quedando dormida y cuando su novio quiso enrollarse con ella, le empujó hacia su asiento y apoyó la cabeza en el lateral del coche. Detrás, Miguel agarraba una botella de ron que se llevaba de vez en cuando a la boca, sin parar de reírse. Quique se esforzaba por no vomitar, aferrándose a la ventanilla por si tuviese que sacar la cabeza en la próxima curva.

La carretera bailaba bajo las ruedas del coche y el volumen de la música no les dejó oír al coche que venía de frente. Esa noche, las bolas de una pulsera rodaron por la carretera. Una botella de ron se derramó en el asfalto. Un móvil lleno de te quieros se deshizo en el suelo y una camisa desabrochada se tiñó de rojo.

martes, 1 de marzo de 2011

Aquél viejo árbol

El Sol brillaba con fuerza allá arriba, en lo más alto, bañándoles con el calor de sus rayos. La luz jugueteaba con las hojas de los árboles. Él paseaba sin dejar de mirarla, observando cómo ella se recogía el pelo para sobrellevar mejor el calor. El se acercó a su pequeña mano y la agarró con delicadeza. Siguieron el sendero de tierra durante mucho tiempo, casi una eternidad, bajo el viento abrasador del verano. Caminaron juntos sin decir nada, con los ojos clavados en sus pies. Sólo cuando se refugiaron en la sombra de un gran árbol, ella rompió el silencio.

-¿Cuándo vamos a volver?

-Eso no importa- Él la rodeó con sus brazos, dejando que ella se apoyase sobre su pecho.

-Claro que importa. No podemos pasarnos todo el día aquí- Él la interrumpió posando un dedo sobre sus labios.

-Sí que podemos. Podemos estar aquí todo el tiempo que quieras- Desabrochó el reloj de su fina muñeca y lo lanzó lejos- Dónde tú y yo estamos no pasa el tiempo. Son tus ojos los que encierran cada segundo que pasamos juntos, grabándolos en tu memoria para que no se escapen nunca. Mira al horizonte- ¿Qué ves?
Ella dudó un segundo. Se quedó contemplando los campos de trigo que se extendían más allá de sus pies. Acarició suavemente las manos que la rodeaban y susurró:

-Veo lo lejos que podemos llegar tú y yo juntos.

-¿Cómo de lejos?

-Hasta el infinito

Justo después, sus labios se difuminaron con los suyos y un te quiero se perdió entre las hojas de aquél viejo árbol.