domingo, 12 de enero de 2014

Desde Roma con Amor - VI

La Navidad avanzaba con paso firme, contemplando el ir y venir de las vacaciones, las quedadas, el papel de regalo, la lluvia y la fría luna. Pasó por mi casa sin un solo árbol con su guirnalda, sus bolas, sus papás noeles y renos. Ni tan siquiera un belén con cagané. Pero lo que si hubo fueron regalos, para no perder la costumbre ni el poco espíritu navideño que se colaba por debajo de la puerta. Mientras tanto, Izan y yo nos comíamos a besos por teléfono y rellenábamos con palabras bonitas centenares de mensajes. Si había algo que había cambiado el ambiente navideño de Madrid era nuestro entusiasmo y ganas de pasar nuestra primera Navidad juntos, aunque no tanto como nos hubiese gustado. 

El último día del año llegó y, con él, la tradicional y recomendada lista de las buenas acciones para compensar los abusos de los 364 días anteriores. Un ajuste de cuentas con el karma que plasmé en un post-it custodiado por mi cartera: Dejar de decir tacos, intentar ser un poco menos nerviosa, convertirme en una férrea ahorradora, aprobarlas todas y, la última y la más importante con diferencia, hacer de Izan el hombre más feliz sobre la faz de la Tierra. Sin duda, era el mejor cometido que podía afrontar, el más satisfactorio y divertido. Los demás los intenté con mayor o menor ahínco; si los logré o no, es otra historia que no viene al caso.

Según iba cayendo la noche, mis ganas de música y mi sed de gintonics iban en aumento. Puse la radio a todo volumen para ir sintonizando con las canciones que sonarían un poco más tarde, para entrar en el vestido a tono. Después de una larga y relajante ducha, saqué del armario el vestido de seda rosa y caída negra en falda de tubo que me había comprado unas cuantas tardes atrás con mi tío. Cuando me vio salir del probador con él le pareció un poco soso, hasta que me di la vuelta y vio mi espalda al aire en forma de media luna coronada por cuatro botones dorados y una sugerente cremallera en la parte baja de mi espalda, del mismo tono. Salí de la tienda una sola bolsa, pues no necesitaba nada más. El resto ya lo tenía en casa: los botines negros heredados de mi madre, un par de perlas en las orejas y la pulsera de mi amigo invisible en la muñeca derecha. Una larga raya rasgada en mis párpados, rimmel, colorete, un suave tono rosado en los labios, mucha colonia y un par de pasadas de plancha por el pelo.

De la fiesta poco recuerdo, salvo el olor a alcohol impregnado en aquél pequeño bar cercano a Argüelles Muchas caras conocidas, casi todas, y una larga espera en la barra pidiendo rondas de chupitos y cubatas con el alcohol que les quedara, cualquiera que fuese. Lo que sí recuerdo perfectamente fue el final de la fiesta. Un par de amigos me acompañaron hasta el metro, donde me esperaba Izan, rodeado de los suyos. Tras pasear por las calles alborotadas de Madrid regresamos a mi barrio. Era el momento de presentárselo a los demás. En la churrería de siempre, tras unos cuantos besos en la mejilla y un par de sorbos a un vaso de chocolate, nuestros labios se cruzaron fervientemente, ansiosos, deseosos, embriagados por el alcohol y sedientos por el ardor del chocolate. Cerramos el año con la puerta de los baños y saludamos al nuevo año siendo uno. 

1 comentario :

  1. Oh, qué bien que lo expresas todo, me encanta, qué historia más bonita, jope :)
    ¡Un beso muy muy muuy grande! <3

    ResponderEliminar

Gracias por comentar. Siéntete libre de expresar lo que sientas, a fin de que pueda mejorar el contenido que publico en la web. ¿Quieres continuar una historia? Adelante, mi blog es tu blog.