martes, 27 de diciembre de 2011

Mis mariposas no saben actuar

Mientras hundía mis pies en esa anaranjada montaña de hojarasca seca, que se extendía cual alfombra roja bajo los flashes de la ciudad, mi cabeza hablaba y hablaba sin tregua, exigiéndome respuestas que yo no sabía ni dónde buscar. Me preguntaba porqué me parecía rozar la humedad de la primavera, cuando de mis labios se escapaba el frío del invierno. Yo pensaba una posible respuesta: Tal vez sean las mariposas las que me hagan creer que es tiempo de que los árboles florezcan, me repetía a mi misma. Pero todo el mundo sabe que si las mariposas despertasen en invierno, el polvo de sus alas se congelaría como lo hace la punta de mi nariz. Qué ingenua soy, pensé en voz alta, pues sabía perfectamente a qué clase de mariposas me refería. Tanto es así, que no es que pueda afirmar haber contemplado su dulce aleteo con mis propios ojos, sino que lo he sentido en mi interior y, con tanta fuerza, que con sólo recordar la brisa que su vuelo provoca, mi vista se nubla, mis rodillas tiemblan y tengo que sentarme en el mismo lugar en el que me halle. ¿Y por qué aparecen todas ellas? ¿Por qué es a mí a quien escogen para su perfecto baile? Rápida, exigente, la curiosidad acudió a mi distraída mente, intentando apartar mi atención de las manecillas del reloj, que coqueteaban tímidamente con los números de mi muñeca. Antes de que éstas pudieran dar una última vuelta, las mariposas volvieron a salir al escenario en el momento en que tus labios se fundieron con los míos, haciéndome olvidar que era eso del frío.

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