lunes, 6 de enero de 2014

Desde Roma con Amor - III

Tristeza, desatino y decepción, una profunda e incomprensible decepción que había encontrado un refugio acolchado entre mis pensamientos. Y, a partir de entonces, los millones de preguntas que entraban descaradamente sin llamar, de día, de noche, a la hora de la siesta o del desayuno. Un sinfín de por qués adornados con interrogaciones, seguidos de constantes vistazos a los mensajes que nos habíamos mandado y nos seguíamos mandando. Sus dulces palabras se enfrentaban fervientemente con sus actos, pues su manera de dirigirse a mí, de alabarme, de complacerme, se contradecía con su negativa a querer verme. Todo me parecían burdas excusas, mentiras piadosas cuyo fin no llegaba a comprender.

Pasaron las semanas por el calendario con sus siete perezosos días, aguantando la respiración al caer la noche, a la espera de una nueva respuesta. Otra oportunidad decían a gritos mis palabras entre líneas. Un miedo al rechazo que nunca me habían presentado se convirtió en mi fiel confesor. Medía las palabras con cuentagotas, escrutaba cada respuesta y releía una vez tras otra los mensajes que nos mandábamos, a la espera de encontrar la pista perdida que demostrase que me estaba equivocando. ¿Jugaba conmigo? No quería ni pensarlo. Sólo quería enredarme en sus brazos a toda costa. 

Tantas veces lo pensé y ninguna lo intenté. Miraba una vez tras otra todas las fotos de su perfil. Me embobaba mientras las horas corrían ajenas a mis vueltas en la cama, pero seguía sin atreverme. No podía volver a leer un no por respuesta, pues me veía incapaz de conformarme con él. No obstante, sabía que quien no arriesga no gana y que poco tenía que perder, no más que una intensa conversación continuada noche tras noche. Así que, tres semanas después, me olvidé de mi confesor, de mis dudas y de las incómodas preguntas sin responder y volví a pedírselo. Quedemos este fin de semana me apresuré a escribir, antes de embolarnos en otra conversación sobre  cualquier otro asunto. Y la respuesta provocó en mis labios la sonrisa más grande que el espejo me había visto en meses. 

Dos horas encerrada en el baño, con los focos alumbrando la cara de una actriz nominada a los Oscar. Llevaba una semana planeándolo todo, imaginando como sería el encuentro. Mis vaqueros favoritos, una camisola color perla y una chaquetilla de lana, escondidas bajo mi gran gabardina negra y un pañuelo de satén con dibujos y formas emulando Las Mil y Una Noches. El pelo alisado, las uñas azul eléctrico, la raya dibujada en mis ojos y rimmel, todo el rimmel que mis pestañas fueran capaces de soportar. Jean Paul Gaultier en el cuello, muñecas y lóbulos de mis pequeñas orejas. Un caramelo de fresa para saborear en el metro de camino a Sol y el toque final: mi búho dorado colgando del cuello. Me metí de un salto en las botas, cogí el bolso y desaparecí por la puerta a toda prisa. Recuerdo mirar constantemente el móvil, atenta a la hora, al whatsapp, o cualquier aplicación que pudiese emitir una notificación. Repasé la vaselina de mis labios, hice desaparecer el poco caramelo que quedaba y me despedí de mi seguridad y mi energía arrolladora. Subí los últimos peldaños de las escaleras y me coloqué frente al pez de Sol. Diez minutos más tarde, una tremenda sonrisa se dibujó en una barba dorada.

2 comentarios :

  1. Me muero ♥, por momentos me emocione demasiado y por otros volví a ser una risueña D: Gracias por haber pasado por mi blog :), por suerte ya termine el año en diciembre jiji :) Espero que estes bien, un besito Raquel :)

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Estoy genial Laali, gracias a ti por pasarte por aquí también

      Un beso, cuídate!

      Eliminar

Gracias por comentar. Siéntete libre de expresar lo que sientas, a fin de que pueda mejorar el contenido que publico en la web. ¿Quieres continuar una historia? Adelante, mi blog es tu blog.