miércoles, 22 de enero de 2014

Desde Roma con Amor - XI

Entre los largos paseos por las abrasadoras calles de Madrid, los húmedos escalofríos del césped recién cortado de nuestros parques favoritos y las mañanas inagotables del verano, parecía que éste nunca iba a llegar a su fin, pero se acercaba a él inevitablemente, con paso trémulo y torcido. Sin embargo, no me importaba en absoluto, porque sabía que tras los días apilados en el calendario se escondía el gran esperado cuatro de agosto. Mi cumpleaños prometía y mucho, más aún cuando me acompañaría en él el gran amor de verano que comenzó en invierno. 

Y así llegó, de pronto, sin darme cuenta, uno de los días más bonitos de mi vida, repleto de sonrisas, caricias, abrazos, besos, mordiscos, cosquillas, arrumacos, juegos y carcajadas adornando dos bellos rostros llenos de amor el uno por el otro. Pero ese día acudieron a mí muchos más invitados. Recuerdos de unos meses intensos, vívidos, suaves como los pétalos de una flor, pero firmes y consistentes como las raíces del árbol enredado entre la tierra, como los brazos de  Izan alrededor de mi tronco. Suelen decirnos que tendemos a recordar con mayor facilidad los malos recuerdos pero, ¿qué hace nuestro cerebro cuando no los hay, cuando lo único que has vivido ha sido una historia de amor por empezar sacada de una película, de esas que jamás creíste que ibas a protagonizar? Te diré una cosa: cuando eso pasa, se dibujan dos tiernas arrugas en la comisura de los labios, marcando un amplio paréntesis que se abre cada vez que sonríes. 

Dicen que aceptamos el amor que creemos merecer, pero con Izan yo sentía que no merecía todo su amor. Y cuando desenvolví uno a uno todos los paquetes que había traído para celebrar mi cumpleaños, me hizo darme aún más cuenta de ello. Uno por uno, aquellos regalos me hincharon el pecho de felicidad. Mi sonrisa y mi piel irradiaban luz por todos los poros, al tiempo que se me erizaba el vello de todo el cuerpo. Montañas de papel de regalo esparcidas por el suelo contemplaban con recelo como desenvolvía los pequeños detalles que Izan había cuidado tanto. Cuando creí que había terminado de abrirlos todos, me pidió un pequeño favor y cerró suavemente mis ojos. Cumplí su petición con lágrimas en los ojos, escuchando atentamente mi último regalo: su canción.

4 comentarios :

  1. Jo, qué bonito... Me encanta cómo describes las situaciones, escribes de una forma muy cuidada :)
    ¡Yo soy del tres de agosto! jajaja
    ¡Un beso muy muy muuy grande! <3

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    1. Me encanta leer esto :D jaja por un día...que de coincidencias tenemos ajja

      Un besazo guapa!

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  2. Me encanta tu forma de expresarte y no entiendo por qué por no me paso ante...
    El caso es que eres increíble escribiendo.
    Besos.

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    1. Muchas gracias, me alegro mucho de que te guste. Es un placer verte por aquí :D

      Un besazo!

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